viernes, 3 de octubre de 2014

La mamá y el hijo

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No hay espacio para las letras, mientras no se tenga un espacio en los ojos que sea atraído a ellas, no existe entonces la razón de ser de un humano mientras no haya quien valore su existencia.

La mañana del incidente.

El juguete preferido de Alejandro, un niño de nueve años, siempre fue una pelota morada, no le gustaba por el color aunque así pareciera, su verdadera atracción era el origen; fue el último juguete que le regaló su madre antes de que fuera parte de su desayuno.


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Para hacer sufrir a una persona hay que hacerle ver que, en su vida, pudo ser feliz en algún momento.

El principio (¿Cómo se la comió?)

En los días de abril parece buen pretexto para madrugar aún siendo verano. Con los parpados caídos se encuentran algunas personas caminando por el parque, indiferentes ante la realidad, pasan sin darse cuenta que la vida sigue corriendo al rededor de ellos, no pueden traumarse siguiendo sus sueños cuando tienen "tantas cosas que hacer".

En las orillas de la laguna se encuentra aún Ariana, lavando la ropa para conseguir algo de dinero y sobrevivir para vivir un día más al lado de lo que aprecia por sobre sus necesidades básicas. No puede dejar de quererlo culpando a sus instintos animales de ello.

En los viernes antes de salir de casa el niño, su hijo, queda totalmente solo,   pensando que una sola bendición de su madre lo alejará del peligro infinito de vivir. Pero este viernes no llegó a ser ese día. Ella lo llevó.

Aún mirando a su madre mientras llevaba ya horas lavando, el niño lanzó una carcajada y le pidió a su madre comida. Su carcajada era una con el viento, el niño por primera vez sabía lo que significaba burlarse de la gente, tan solo ocho años y sabía que burlarse de la gente era divertido; aún más si la gente no se daba cuenta el propósito de su furia. Entonces sucedió.

El niño espero a que su madre y él regresara, era perfecto todo, ya lo tenía preparado su mejor regalo de cumpleaños sería poder aniquilar los traumas que le había transmitido su madre y todos sus miedos por fin podrían desaparecer.

Primero el niño se aseguró de que no hubiera nadie cerca, y acercó por detrás de su madre una cubeta con la que lavaba la ropa, cuidadosamente tomo tierra y aventó a su madre, usando la cubeta como palanca, clavó un cuchillo por el estómago y arrojó toda la tierra en la cara. Empezó por las manos.

El niño sabía. La carne cruda no sabe bien, pero eso no le importó, deboro primero las manos, que lo atormentaban y cerraban la puerta con llave llevándolo a un oscuro viernes lleno de calor y sombras, sombras que lo hacían sentir seguro sin importar la hora del día. Luego los ojos, succionando sin nauseas, como si no hubiese saciedad en su estómago. Comió a la madre sin deshacerse del cadáver, solo corrió llevando en sus manos lo primero que vio, una pelota morada.